Por Eduardo Jáuregui
Es el auténtico motor de la historia. Todas las utopías,
sean políticas, religiosas, empresariales o personales comparten esta misma
finalidad. Cada ser humano la anhela sobre cualquier cosa para sí mismo, y
quizá incluso para los demás. Es el nirvana, el paraíso, y el colorín colorado
de todos los cuentos infantiles: la Felicidad.
Resulta paradójico, por lo tanto, que sepamos tan poco sobre
ella, que los presupuestos de los estados no destinen más fondos, si es que
dedican alguno, para estudiarla. Mientras que la Ciencia investiga el genoma y
las galaxias hasta producir detalladísimos mapas y códigos, ha permitido que
sobre este aspecto tan fundamental de la experiencia humana circulen los más
infundados prejuicios, supersticiones y mitos. Así nos va, claro.
Afortunadamente, en la última década ha ido surgiendo un movimiento dentro de
la psicología que por fin está sometiendo la felicidad a la medición precisa,
al estudio empírico y al debate académico del más alto nivel.
La ciencia del desarrollo personal
Durante el siglo veinte, la misión prioritaria de la
psicología fue la sanación de las enfermedades de la mente: la depresión, la
esquizofrenia, la ansiedad y otras patologías. El desarrollo de las personas
“sanas” o “normales” suscitaba poco interés y recibía escasísimos recursos
económicos.
Para suplir este vacío académico e intelectual, en los años
60 comenzaron a surgir cientos de libros y sistemas que trataban de guiar a las
personas a desarrollar su potencial humano: el pujante mercado de la
“autoayuda”. Carentes de metodología científica o pruebas objetivas de su
validez, estos sistemas se basaban en disciplinas orientales como el yoga o la
meditación, la “sabiduría” de gurús de toda índole, y el sentido común de psicólogos
profesionales o amateur. A pesar de sus aparentes limitaciones, el enorme éxito
de este sector editorial y educativo hacía intuir que alguna verdad debía
hallarse detrás de todo ello.
A lo largo de los años 90, algunos pioneros publicaron los
resultados de nuevos estudios que comenzaban a aplicar una metodología más
científica a estos temas: libros como La Inteligencia Emocional de Daniel
Goleman, Experiencia Óptima de Mihalyi Czikszentmihalyi o Aprenda Optimismo de
Martin Seligman. Finalmente Seligman, recién elegido Presidente de la American
Psychological Association en 1996, decidió fundar un campo que investigara las
emociones positivas sistemática y rigurosamente.
Desde el primer momento, la “Psicología Positiva” tuvo un
enorme impacto entre los profesionales de la salud mental, que algunos no
tardaron en calificar de “revolución”. Seligman me confesó en una reciente
visita a Madrid que muchos psicólogos siempre habían echado en falta esta
dimensión de su trabajo: “Llevo muchos años dando conferencias, pero ahora es
la primera vez que me sucede que provoco ovaciones verdaderas entre el público,
o incluso el llanto de profesionales de la psicología que reconocen una
vocación que sienten que se les robó. A muchos psicólogos les atrajo esta disciplina
porque querían ayudar a la gente normal a ser más feliz, y no sólo ayudar a los
enfermos mentales a ser menos miserables.” En cuanto al apoyo financiero,
Seligman afirma que “nunca ha sido tan fácil para mí conseguir fondos para un
proyecto académico”.
En pocos años se ha creado una red internacional con miles
de miembros, y ya son unos cien los cursos universitarios que se imparten en
esta nueva materia. Los psicólogos positivos han desarrollado un impresionante
arsenal de herramientas metodológicas, una sólida base de datos empíricos y
teorías cada vez más fundamentadas. También en España académicos como Carmelo
Vazquez y Maria Dolores Avía, autores del libro Optimismo Inteligente (Alianza,
1998), o Carlos Alemany, estudioso del humor como terapia (El Valor Terapéutico
del Humor, Desclee de Brouwer, 2002), contribuyen a los avances en esta
disciplina. Mientras tanto el libro de Seligman La Felicidad Auténtica
(Ediciones B, 2003) se ha convertido en un best-seller mundial, y en la página
web del libro (www.authentichappiness.org) casi cien mil usuarios registrados
participan en pruebas científicas a gran escala. “Queremos convertir el
desarrollo personal en una ciencia seria y bien documentada”, afirma el autor.
El dinero y otros mitos
¿Puede el dinero comprar la felicidad? La pregunta del
millón por fin tiene una respuesta científicamente validada por numerosos
estudios: no. A partir de un cierto nivel mínimo de ingresos (suficientes para
cubrir los requisitos básicos de la vida), los aumentos de sueldo no afectan la
satisfacción general de las personas. Aunque parezca increíble, los estudios de
la Psicología Positiva han descubierto que el júbilo de los ganadores de la
lotería es pasajero: a los pocos meses de sus chillidos, champanes y alegrías televisadas
vuelven a su anterior nivel de felicidad.
Las estadísticas más fiables revelan que la inmensa mayoría
de las personas, o al menos aquellas cuyas necesidades vitales están cubiertas,
afirman sentirse bastante o muy satisfechas con sus vidas, con independencia de
sus ingresos económicos. En los países “desarrollados” el nivel de vida se ha
disparado en los últimos 50 años, pero a lo largo de este período la media de
satisfacción no ha variado en absoluto, mientras que se han multiplicado por
diez los casos de depresión y han aumentado en menor medida otras patologías
como la ansiedad. Países pobres como la India o Nigeria tienen índices de
felicidad mayores que los de países ricos como el Japón.
Estos datos parecen indicar que el crecimiento económico y
material, objetivo prioritario del modelo de progreso dominante a escala
global, no se corresponde con una mejora del bienestar individual o colectivo
–excepto en el caso de los países y las personas más pobres. De hecho, los
científicos han descubierto la ironía de que las personas que más valoran el
dinero (las más afectadas por la cultura materialista que fomenta y es
fomentada por este modelo de progreso) tienden a sentirse menos satisfechas con
sus vidas. En definitiva, que “España vaya bien”, y que los españoles saquemos
ahora fotos de nuestros flamantes 4x4 con teléfonos móviles de última
tecnología, no significa que seamos más felices que nuestros abuelos.
En general, la Psicología Positiva está comprobando que la
felicidad no depende mucho de los factores externos. Se dice que la salud es lo
primero, pero diversos estudios han demostrado que prácticamente no afecta el
nivel de satisfacción vital. Incluso en casos extremos como las personas que se
quedan parapléjicas después de un accidente, parece ser que a las pocas semanas
ya predominan las emociones positivas, y que eventualmente vuelven a un nivel
de satisfacción sólo ligeramente inferior al original. Otros tópicos del
bienestar como la educación, el clima, el aspecto físico o el sexo de la persona
resultan ser igualmente irrelevantes. Algunas circunstancias externas sí tienen
relación con la felicidad, pero mínima y no necesariamente causal: el
matrimonio, la fe religiosa, residir en países democráticos y ricos (en
comparación con dictaduras pobres), evitar ciertos sucesos traumáticos y el
tener una vida social muy intensa. En cualquier caso, es evidente que todas
ellas, excepto quizás la última, son factores difíciles o imposibles de
cambiar.
El secreto de la felicidad
¿De qué depende entonces la felicidad? Desafortunadamente,
es cierto que una buena parte de ella, aproximadamente un 50%, es hereditaria.
Sin embargo, también está comprobado que podemos afectar dónde nos situamos
dentro del “rango de felicidad” que la genética nos impone. Obtener estas
mejoras supone, eso sí, un cierto esfuerzo. Los placeres inmediatos y “fáciles”
–las drogas, el sexo, los dulces, la victoria, la televisión— pueden contribuir
momentos maravillosos a nuestras vidas (la Psicología Positiva también enseña
técnicas para saborear e intensificarlos al máximo—ver recuadro). Sin embargo,
no contribuyen a desarrollar una satisfacción vital duradera.
El secreto de la felicidad, al parecer, es algo que su
descubridor moderno, el científico Húngaro-americano Mihalyi Czikszentmihalyi
bautizo el “flujo”. Se trata de un estado natural de conciencia, un estado de
“experiencia óptima” que se produce cuando conseguimos estar totalmente
embebidos en la actividad que nos ocupa. Durante estos ratos nos olvidamos de
los relojes e incluso dejamos de sentir el paso de las horas –para la persona
que fluye, el tiempo “vuela”. La violinista durante un concierto, el marinero
con sus velas y la niña que juega no analizan lo que están haciendo. Se funden
con la actividad misma y pierden la conciencia de su propia identidad.
Simplemente “son”.
Las situaciones que nos permiten fluir requieren un esfuerzo
activo y concentrado. A diferencia de los placeres sensuales, como zamparse un
cucurucho de chocolate, no se trata de consumir pasivamente sino de aplicar un
conocimiento o una habilidad a un nuevo reto: una montaña que escalar, un
enrevesado problema que resolver, un arriesgado discurso que pronunciar. Los
efectos también son distintos. Saborear un helado en una tarde de verano
inmediatamente genera una serie de sensaciones deliciosas, pero que duran sólo
hasta acabarse la punta del cucurucho (o incluso antes, si la persona se ha
saciado). Tras ese fugaz destello de placer, no queda nada más que un bonito
recuerdo, algo de energía física y quizás alguna carie o un poco de grasa
acumulada.
Por el contrario, el escalador que fluye no es consciente de
ninguna emoción positiva durante su escalada. De hecho puede experimentar
momentos de tensión o incluso pánico antes de llegar a la cumbre, aunque al
finalizar se dará cuenta de haber disfrutado y puede sentir ganas de repetir la
hazaña. Pero al afrontar ese desafío, el escalador habrá aprendido algo nuevo,
habrá realizado parte de su potencial, habrá crecido. El flujo es la señal de
esa conquista psicológica.
Czikszentmihalyi, cuyo equipo ha realizado un seguimiento
del flujo en la vida real de miles de personas, afirma que las personas que
fluyen a menudo puntúan más alto que aquellas que fluyen poco en prácticamente
todas las medidas de bienestar psicológico. Además, estas personas con los años
desarrollan mejores relaciones sociales y tienen más éxito en sus vidas.
Hacia una revolución espiritual
La receta para la felicidad que recomienda la Psicología
Positiva es aparentemente sencilla: desarrollar las virtudes personales y
aplicarlas en los distintos ámbitos de la vida para así maximizar los momentos
de flujo (ver recuadro). Sin embargo, como todos sabemos, escoger el camino del
crecimiento, con su esfuerzo y sus riesgos, sobre la vía del placer inmediato,
no resulta siempre tan fácil en la práctica. Y menos aun en una sociedad cada
vez más hedonista y comodona, que nos brinda en todo momento cincuenta canales
de televisión, una infinidad de destinos turísticos y un variadísimo menú de
antojos culinarios, posibilidades que podemos disfrutar sin apenas mover el
trasero excepto para posarlo en uno u otro acolchado asiento. La publicidad
omnipresente, que según algunos estudios nos tienta 3000 veces al día con
diversos atajos hacia el placer efímero, no facilita el trabajo.
A pesar de estos obstáculos en el camino hacia la felicidad,
el hecho de disponer por fin de un mapa científicamente validado representa un
importante primer paso, dado que gran parte de los occidentales del siglo XXI
requieren el sello oficial de la Ciencia para tomarse en serio cualquier
conocimiento. La revolución de la Psicología Positiva, aun en su infancia, no
sólo promete ayudar a millones de individuos a realizar su potencial, sino que
supone un hito significativo hacia el profundo cambio cultural y espiritual que
muchos creemos urgente para nuestra civilización. Finalmente una disciplina
científica, utilizando métodos rigurosos y objetivos, comienza a dar la razón a
las corrientes intelectuales que persiguen una vuelta a los valores esenciales
compartidos por todas las culturas. Ojalá esta revolución académica sea sólo el
preludio de una revolución más amplia y profunda del espíritu humano.
Llena tu vida de emociones positivas
Las emociones y sensaciones placenteras se dividen en
aquellas que se refieren al pasado, al presente y al futuro. La Psicología
Positiva recomienda las siguientes técnicas para maximizar su frecuencia e
intensidad:
Satisfacción con el pasado
Aprende y practica el arte del perdón
- Dedica 5 minutos cada noche, antes de acostarte, a escribir en una hoja hasta 5 aspectos o eventos de tu vida por los que te sientes agradecido/a.
- Cada año, a principios de Enero, repasa el año precedente y evalúa cada ámbito de tu vida (amor, trabajo, diversión, etc...). Trabaja el resto del año en los aspectos más flojos.
Placer en el presente
- Regálate pequeños placeres a lo largo del día. Trata de sorprendente, o mejor aun, contagia en tu hogar o lugar de trabajo la costumbre de sorprenderse unos a otros con pequeños regalos de afecto y placer.
- Comparte los placeres con los demás, recuérdalos con fotos mentales o reales y afina tu percepción de las sensaciones y sentimientos positivos.
- Aprende a ser plenamente consciente de lo que te sucede mediante la meditación, el yoga u otras técnicas similares.
- De vez en cuando, dedica un día entero a disfrutar de tus cosas favoritas. Planifícalo con antelación y con todo detalle, y no dejes que el trajín habitual te distraiga de ello.
Satisfacción con el futuro
Combate el pesimismo aprendiendo a discutir tus propias
creencias negativas contigo mismo/a.
Persigue la felicidad auténtica
La felicidad duradera requiere desarrollar y aplicar las
virtudes de la persona en los distintos ámbitos de la vida: trabajo, familia,
ocio y relaciones. La Psicología Positiva ha comprobado que existen seis
virtudes universalmente apreciadas por toda la humanidad:
LA SABIDURÍA Y EL CONOCIMIENTO
- Curiosidad, amor por el saber, espíritu crítico, originalidad, inteligencia social, perspectiva
EL CORAJE
EL AMOR Y LA HUMANIDAD
- Generosidad y amabilidad, capacidad para amar y ser amado
LA JUSTICIA
- Sentido crítico y lealtad, ecuanimidad, liderazgo
MODERACIÓN
- Autocontrol, discreción y prudencia, humildad y modestia
TRASCENDENCIA
- Apreciación de la belleza y la excelencia, gratitud, optimismo, espiritualidad, piedad, sentido del humor, entusiasmo
Cada persona debe descubrir su propio camino hacia la
felicidad. Descubre las virtudes más características de tu propia personalidad
y trata de aplicarlas siempre que puedas, a diario y en todo lugar. Puedes
encontrar tus puntos fuertes realizando la prueba de Valores En Acción, en la
página web www.authentichappiness.org (sólo en inglés) o en el libro La
Felicidad Auténtica de Martin Seligman.
Para obtener una vida plena y llena de significado, deberás
tomar un paso adicional: poner los puntos fuertes de tu perfil de virtudes al
servicio de una causa superior.